En donde “comer libro”, no es sinónimo de locura, sino de cultura.
Por: William Felipe Osorio Parra
Éste lugar hace parte de una de tantas historias de los barrios más emblemáticos de Bogotá: La Candelaria. Esta era una visita como cualquiera, a un lugar de tantos en la ciudad, llegué allí “por culpa” de alguien que tal vez no era de mi agrado, pero hoy, después de tanto tiempo, le agradezco el haberme llevado a este hermoso lugar.
Unas débiles y delgadas piernas y una mirada de antaño y experiencia abrieron las puertas viejas y llenas de ruidos y óxido de un lugar que aparentemente está a punto de caer: “bienvenidos muchachos, sigan… sigan, están en su casa”, nos dijo Homero al vernos en su puerta que al abrirla, dio paso a un sitio lleno de cultura, pintura, escultura y arte.
Después de preguntar que queríamos tomar (agua aromática, agua de panela o tinto), se dirigió a su pequeña “cocina”, que no era más que una estufa a gasolina, un tanque, pocillos de plástico, vasos en un pequeño estante y muñecos esculpidos con tapas de gaseosa, discos de boleros, Blues y Jazz, mientras que la persona que venía conmigo nos explicaba y a manera de cuento, nos narraba la historia de éste hombre de aproximadamente 58 años.
Rodeado de cuatro paredes llenas de pinturas y esculturas decía: “Homero es un hombre solitario, su esposa murió y de sus hijos no sabe nada, él vive de éste lugar, de las personas que lo visitan y que llegan por un instante de tranquilidad, de cultura y hasta de un consejo de su parte, esto sin contar con aquellos, como ustedes, vienen a escuchar su historia de vida. Lo peor de todo esto es que la Alcaldía lo quiere sacar de aquí; dentro de este sector se construirá lo que se llamará el plan centro, que consiste principalmente en edificios que harán más “bonita” la ciudad; pero lo más grave no es eso, lo verdaderamente preocupante es que él no tiene a donde ir, no tiene familia que lo cuide y su salud no está en las mejores condiciones como para irse de su vivienda a pasar necesidades”.
Muchas personas conocen a Homero y su historia, por eso cuando me la contaron a él no le molestó que alguien más lo supiera, sin pena ni vergüenza me dijo que las personas muy amablemente habían realizado hace poco una marcha dirigida por muchos estudiantes y amigos suyos, pidiéndole a la alcaldesa del sector que no derrumbara su casa, que no lo dejara sin un techo donde vivir, pero sobretodo, que no dejara a La Candelaria sin un sitio para la cultura y que hasta el momento había funcionado; “cuatro meses después aún me encuentro aquí”, afirmó Homero. Cuando de pronto en medio de varios, sintiendo ese calor que solo un hogar como el de Homero podía dar, llega uno de sus mejores amigos, es escritor y cantante, se acerca le da un beso en la cabeza en signo de respeto, saludando a su “homerito” como él lo llamó en ese momento, pero además se adhirió a la historia que llevábamos hasta el momento, afirmando que a él no lo iban a sacar de esa casa, que el café arte: “El chibcha”, era un lugar de historia, de arte, no sólo por Homero, sino porque es un lugar donde vienen las personas a leer, a meditar o a tomarse un tinto al lado del hombre con más experiencia y sabiduría del barrio.
Homero nunca pide a quienes lo visitan que le paguen el tinto o la aromática que se toman, él los atiende amablemente en busca de historias, canciones, pinturas, en búsqueda de alguien que le pueda tender la mano… y obviamente la “propina es voluntaria”. Hablando de canciones, en ese preciso momento de nostalgia y tal vez de rebeldía porque hasta me habían dado ganas de agarrar a piedra la alcaldía, su mejor amigo, Rafael, cogió una guitarra y comenzó a cantar una de las canciones que más me gusta... el carretero, todos comenzamos a cantar, Homero sonreía y fue el momento más lindo de la noche, me sentí como en casa; unos cuantos poemas cerraron la “velada cultural” y llegó el momento de marcharnos…yo no acostumbro a darle dinero a nadie porque siempre pensé que era en búsqueda de vicio y no quise pedir nada de tomar porque infortunadamente no tenía dinero ese día, traía lo del bus mas $200 que encontré tras realizar una búsqueda exhaustiva en mi billetera.
Aunque $200, fue lo único que pude darle, me siento complacido de haber conocido a un hombre como él, lleno de sabiduría y de mucho por enseñarme. Afortunadamente no han podido sacarlo de allí porque Homero tiene muchas personas que lo quieren…o queremos, diría yo; pero es triste ver que tras una fachada bonita de un proyecto futuro de la ciudad, que antes de conocer su historia, yo apoyaba…se esconda un lugar de cultura, de amor, de calor de hogar, pero sobretodo de una sonrisa gratificante como la de él.
Homero recibió sus monedas y billetes dando un caluroso “gracias”, que jamás había sentido tan sincero por nadie y nos hizo prometer que le íbamos a contar a todo el que conociéramos, de su café, afirmando que no lo hiciéramos por él, sino por permitirle a la ciudad conocer un espacio en donde el querer “comer libro”, leer poemas, escuchar y cantar canciones…no fueran signo de vergüenza ni de locura sino de cultura.
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